Antonio Bienvenida, entre los entonces Príncipes de España, Doña Sofía y Don Juan Carlos/EFE
Ciento dos años de Antonio Bienvenida, la sonrisa del eterno clásico del toreo
PACO AGUADO / EFE
Madrid
El 25 de junio de 1922 nació accidentalmente en Caracas (Venezuela) el cuarto hijo varón del Papa Negro, torero por excelencia de Madrid.
Ciento dos años se cumplen este 25 de junio del nacimiento de Antonio Bienvenida, el emblemático diestro que fue espejo de naturalidad y ortodoxia durante varias décadas de la tauromaquia. Un maestro que fue santo y seña del coso monumental de Las Ventas de Madrid y referente predilecto de una afición que le vio tanto caer herido como triunfar en repetidas ocasiones.
El recuerdo de Antonio Bienvenida sigue latente entre los profesionales veteranos y los buenos catadores, como eterno modelo de buen hacer a lo largo de casi cuarenta años de carrera, en los que ejerció como contrapunto de clasicismo frente a las sucesivas modas y modos que marcaron la evolución del toreo a mediados del siglo XX.
Nacido, circunstancialmente, en Caracas el 25 de junio de 1922, durante una de las giras suramericanas de su padre, el legendario Papa Negro, Antonio Mejías Rapela era el séptimo representante de una dinastía de toreros originaria de Badajoz, concretamente del pueblo del que tomaron el apodo.
Todos sus hermanos -desde Manolo, máxima figura en los años de la República y víctima del cáncer 1938, hasta Juan, el menos dotado de la dinastía- fueron toreros, incluido Rafaelito, víctima adolescente de un crimen pasional. Y desde muy niños, en el patio de su casa, todos fueron adiestrados por su padre desde la más canónica ortodoxia taurina.
Antonio, el cuarto varón de la familia, ya se puso delante de su primera becerra a los 8 años de edad, debutó en público a los 12 en El Escorial y vistió su primer traje de luces con 14 en el coso de Los Tejares de Córdoba, mostrando desde el primer momento, como era marca de su sangre, una admirable precocidad.
Tras alternar como novillero con Pepe Luis Vázquez y Manolete, tomó la alternativa en Madrid el 9 de abril de 1942, de manos de su hermano Pepe y nada menos que con una corrida de Miura que había sido rechazada por los veterinarios cuatro días antes, motivo por el que ambos, al negarse a lidiar entonces otros toros que no fueran los de la temida divisa, fueron detenidos por la policía.
Ese mismo año lograría Antonio la primera de sus once salidas a hombros de Las Ventas, pero también sufriría en Barcelona -al intentar dar un pase cambiado a un toro de Trespalacios- la primera de las numerosas cornadas graves que condicionaron el resto de una extensa carrera surcada de altibajos.
Sin sobrepasar casi nunca los 30 contratos por temporada, el cuarto de los hermanos Bienvenida no llegó a ser una figura de gran tirón taquillero, sino que basó su trayectoria en la plaza de Madrid, donde protagonizó hasta seis actuaciones en solitario dictando, con su extenso conocimiento del toro y de la lidia, auténticas lecciones de la más asolerada tauromaquia con el beneplácito de una afición que le idolatró.
En Madrid se despidió por primera vez en 1966, matando seis toros, para volver a torear en 1970, mano a mano con Luis Miguel Dominguín, el festival benéfico tras el que ambos se decidieron a volver a vestirse de luces.
Esa última etapa en activo de Bienvenida incluyó una nueva salida a hombros en Madrid y una memorable faena a un toro de Victorino Martín, hasta que decidió ponerle punto final el 5 de octubre de 1974, en la también madrileña plaza de Vista Alegre, luciendo un precioso capote de paseo negro y azabache que había pertenecido a Joselito El Gallo.
A sus 53 años, definitivamente retirado, Antonio Bienvenida ayudaba en su arranque como novillero a su sobrino Miguel cuando, durante un tentadero en la ganadería madrileña de Amelia Pérez Tabernero, una becerra ya toreada volvió a entrar a la plaza y volteó por sorpresa al maestro, que sufrió así las irreversibles lesiones cervicales que ocasionaron su muerte tres días después, el 7 de octubre de 1975.
Sus honras fúnebres fueron una multitudinaria manifestación de duelo, sobre todo en Las Ventas, que se llenó para ver cómo su féretro daba una última vuelta a ese ruedo donde tantas tardes desarrolló su magisterio, esa "difícil facilidad" de los elegidos que le hacía desenvolverse ante el peligro sin afectación y con una perenne sonrisa, igual que actuaba en la calle, donde fue un excelente relaciones públicas.
Celoso de la liturgia taurina hasta el mínimo detalle y con una asombrosa naturalidad en sus faenas -salvo a la hora de la estocada, su única rémora-, Antonio Bienvenida fue todo un modelo de clasicismo, un "torero de toreros" que aplicó siempre su máxima de que "el arte del toreo es todo lo que queda después de haber hecho la suerte como mandan los cánones.