La tauromaquia pierde a Andrés Vázquez, la bandera del toreo clásico
El legendario diestro zamorano abrió diez veces la Puerta Grande de Las Ventas
Andrés Amorós
ABC, Madrid, 17 Junio 2022
Al concluir San Isidro, me llamaron desde Villalpando para anunciarme que preparaban un libro de homenaje al maestro Andrés Vázquez, su paisano: ya estaba ingresado, no pudo acudir esta vez, como siempre hacía, a la entrega del Premio Taurino de ABC. Ha fallecido el 17 de junio en el Hospital Comarcal de Benavente, a los 89 años.
Había aprendido el duro oficio del toreo en las capeas castellanas con el sobrenombre «El Nono». Lo cuenta él mismo en el tercer episodio, ‘La capea’, de la preciosa película ‘Yo he visto la muerte’ (1965), el docudrama –diríamos hoy– dirigido por José María Forqué. Evoca en él Andrés un mundo que había vivido, con un testimonio dramático: en un pueblo, muere un torerillo, compañero suyo.
Años después, ya en Las Ventas, el torero Andrés Vázquez brinda al cielo, en recuerdo del que fue su compañero de capeas.
«Hubiera preferido que me matara un toro, en el ruedo, a ser testigo de cómo muere la tauromaquia»
No le fue nada fácil triunfar en los ruedos. Como tantos otros, se dio a conocer a la afición madrileña en Vista Alegre. Triunfó como novillero en la temporada de 1961 y tomó la alternativa al año siguiente, en plena Feria de San Isidro, con toros de Benítez Cubero, Gregorio Sánchez como padrino y Mondeño, de testigo: esa tarde, abrió por primera vez la Puerta Grande como matador de toros. De 1962 a 1977, fueron nada menos que diez las veces que salió a hombros, en Madrid.
Encarnaba Andrés Vázquez un estilo de torear castellano, de sobria técnica, sin adornos gratuitos. (Al fondo, la sombra del gran Domingo Ortega). Con el tiempo, fue adquiriendo una mayor solera clásica, con medias belmontinas, hondos naturales, molinetes y algún adorno tan añejo como ver caer al toro, sentado en el estribo.
En los años sesenta y setenta, toreó en todas las Ferias, alternando con figuras de la talla de Antonio Ordóñez, Diego Puerta, Paco Camino, El Viti… Pero su carrera estuvo unida a la Plaza de Las Ventas. Para la afición madrileña, significó una bandera del clasicismo, junto a Antonio Bienvenida y a los toros de Victorino Martín, con los que triunfó reiteradamente. Queda para la historia su faena a Baratero, al que cortó las orejas. Fue el primer matador que se atrevió a encerrarse, en Madrid, con seis toros de Victorino.
Las cornadas
Las cornadas le obligaron a retirarse. Fue profesor en la Escuela de Tauromaquia de Madrid y comentarista, en Telemadrid, junto a Miguel Ángel Moncholi. Toreó en público por última vez el 25 de julio de 2012, al cumplir los ochenta años, en un festival, en su honor, en la Plaza de Zamora. Esa tarde, lidió una res de Victorino Martín. Me contaba que lo mató clavando la espada en dos tiempos, sin aliviarse, para espanto de El Viti, su querido amigo… En el 2021, la Junta de Castilla y León le concedió su Premio de Tauromaquia.
En ‘La suerte o la muerte’, Gerardo Diego le dedica un poema, ‘Querella contra Andrés Vázquez’, que aúna el afecto con la broma, comparándolo con los héroes del Romancero: «Un torero de Zamora, / y, ¿qué dirá doña Urraca? / Si los ojos no le saca, / será que de él se enamora». Le llama «torero meseguero», que ha recogido las mieses del campo castellano, y concluye como empezó, pero dividiendo el verso en dos: «Un torero / de Zamora».
La casta y la suerte de varas
Retirado en su tierra, seguía defendiendo que el toro encastado es la base de la Fiesta. Proclamaba la necesidad de la suerte de varas: un Victorino que lidió recibió nueve varas. Se sentía torero dentro y fuera de los ruedos: «La torería y el honor es lo último que debe perder un matador de toros».
Se indignaba Andrés Vázquez contra los ataques políticos a la Tauromaquia: «Están empeñados en que hay que acabar con el toreo, en que no vale. ¿Por qué? La gente sigue queriendo ver toros… Mi tiempo ya ha pasado, aunque a veces ves cosas que te hierve la sangre. Por eso volví a torear, para que la gente viera la verdad de este mundo». Y concluía, con rotunda sencillez: «Hubiera preferido que me matara un toro, en el ruedo, a ser testigo de cómo muere la tauromaquia». Felizmente, no ha llegado a ver ese dislate sino una Fiesta muy viva. Lo recuerdo como un torero clásico y un hombre cabal, recio, castellano: un maestro de Zamora.
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